lunes, 20 de abril de 2020

LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

El confinamiento obligado por la pandemia que azota al mundo obliga más que nunca a apelar a la responsabilidad. Los medios de comunicación y las redes sociales son los cauces por donde fluyen información y opinión, cuyos caudales torrentosos tienden a sembrar el caos antes que llevar serenidad y seguridad a las personas. La libertad a la que todo ciudadano tiene derecho no es una patente de corso para decir lo que se quiere sin la garantía del conocimiento y de la rectitud.




Al parecer fueron Platón y Aristóteles los primeros en reflexionar sobre la noción de  libertad y desde entonces los filósofos no han dejado de hacerlo dejando tras sí dos concepciones fundamentales. Una de ellas entiende la libertad como un derecho natural del ser humano y la otra como una forma de no dominación, de acuerdo con la cual una comunidad puede regirse sin interferencias de otras comunidades y en cuyo seno los individuos obran acordes con leyes propias.
La primera es la que sustenta la tradición liberal, que al interpretar la libertad como un derecho natural del individuo sostiene que no cabe poner interferencias a su voluntad, de modo que las leyes deben favorecer tal voluntad. Por su parte, la libertad de cuño republicano parte de la idea de no dominación de unos individuos sobre otros, lo que viene a significar que la libertad individual no existe en sí misma sino como expresión de la libertad colectiva considerada como un todo.
Ahora bien, desde la Revolución industrial del siglo XVIII, cuyos correlatos políticos fueron las Revoluciones estadounidense y francesa, acabó imponiéndose la concepción liberal como sostén ideológico del capitalismo. Por este camino se adoptaron principios del darwinismo social que acepta las desigualdades sociales o el racismo para justificar el expansionismo, primero colonial y luego imperialista. Es así que, en el contexto contemporáneo dominado por la corriente liberal, la libertad política se plantea a partir de la espacialidad determinada por el desarrollo económico y la hegemonía cultural y política de una clase o de un Estado en detrimento de las virtudes cívicas y de la justicia, las cuales son convertidas en mecanismos para incrementar los beneficios de las grandes corporaciones o de los llamados “mercados”. Este vaciamiento de las virtudes ciudadanas –amor al semejante, a la patria, respeto a las leyes- está orientado a crear  un sistema de prácticas morales más adecuado a la moderna sociedad mercantil. Desde esta perspectiva se observa cómo los derechos individuales, entre ellos los de expresión u opinión, se degradan progresivamente minusvalorando otras virtudes, como la prudencia, la responsabilidad, el respeto al otro.
Si a mediados del siglo pasado, la sociedad de control –concepto acuñado por Michel Foucault- se valía para los propósitos del poder de los medios de comunicación de masas utilizando lo que los filósofos de la Escuela de Frankfurt llamaban “razón instrumental”, piedra angular de lo que acabaría por llamarse “pos verdad”, entrado el siglo XXI, sumó a sus herramientas instrumentales a millones de individuos, especialmente a través de las redes sociales, que creen estar haciéndose oír y valer sus “derechos naturales”.
En este marco de alienación individual, desorden social, banalización del saber y desconocimiento del valor de la comunidad como grupo humano, la razón y el pensamiento reflexivo han perdido terreno frente al subjetivismo, la relatividad y, especialmente, la ignorancia. Sobre estos pilares, las “percepciones” se anteponen a las experiencias científicas y a las evidencias biológicas y geográficas. Desde tales “percepciones” se niegan la degradación del clima y de los ecosistemas naturales, e incluso la esfericidad de la Tierra o se afirma que los sexos del ser humano son “construcciones culturales”. 
Cualquiera, sin más saber que el procedente de su “percepción”, opina, poniéndose por encima o a la altura de los especialistas,  sobre cualquier materia o asunto, sean éstos de  física cuántica, medicina, fútbol, y hasta sobre la lengua que hablamos procurando “nuevos lenguajes” que enuncien y representen las particularidades y las realidades percibidas. Así, sin pudor, rigor ni responsabilidad, opiniones que no deberían trascender los límites de una charla privada o discusión de bar son elevadas a la categoría pública provocando réplicas dañinas que, al mismo tiempo que degradan los derechos individuales, corrompen la libertad y socavan los cimientos éticos de nuestra civilización también, en casos como el de la pandemia del Covi19, ponen en peligro la vida de millones de personas.

Por todo esto es fundamental que la persona libre desarrolle su lucidez y su inteligencia crítica y se haga preguntas simples, propias de una mente libre, capaces de apartar de su pensamiento la charlatanería de los irresponsables; preguntas que la rescaten de las sombras y devuelvan la comunidad a la luz.

lunes, 28 de enero de 2019

EL INSOPORTABLE RUIDO DE LA IGNORANCIA

¿Es realmente la lengua culpable de la inequidad y la violencia sociales que impiden el rol igualitario de la mujer o el llamado lenguaje inclusivo es un recurso funcional al poder que actúa facilitado por la ignorancia y la confusión?



Hasta el siglo XVII, haciendo una extrema simplificación, podría decirse que en el mundo no había más ruido que el producido por las espadas, las lanzas, las bombardas y el galope de las caballerías en los campos de batalla. Sin embargo, a partir del siglo XVIII, con la Revolución industrial el ruido de las máquinas se sumó a aquél de modo permanente en las ciudades dando lugar al surgimiento de la cultura del ruido. Esta cultura se fue naturalizando hasta trascender a todos los sectores de la actividad humana, incluidas las expresiones artísticas, arquitectónicas, literarias, etc. Ahí están a modo de ejemplo, las producciones barrocas, realistas, naturalistas, románticas…que fueron empujando el silencio hasta arrinconarlo durante algún tiempo al ámbito de la ruralidad. Así, este farfullo del mundo fue creciendo y acostumbrando a él el oído humano hasta que el propio grito humano parecía inaudible, según sugiere Edvar Munch en su célebre cuadro.
Ya en el siglo XX, las dos guerras mundiales, al mismo tiempo que la brecha entre la ciencia y el espíritu se hacía más profunda,  no hicieron sino acrecentar ese ruido hasta provocar en la sociedad una gran perturbación que afectó al pensamiento y al modo de pensar y percibir la realidad del mundo y de todos y cada uno de los individuos sin distinción de sexos. Esta perturbación del pensamiento como signo significativo de la decadencia de la civilización se verifica principalmente en la lengua.
En 1946, ya en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, George Orwell escribió “La política y el idioma inglés”, que inicia afirmando: “Nuestra civilización está en decadencia y nuestro lenguaje -así se argumenta- debe compartir inevitablemente el derrumbe general”. En este breve y lúcido ensayo, Orwell aclara que las causas de esta decadencia que afecta al lenguaje son políticas y económicas, y que ese lenguaje degradado retroalimenta la decadencia general de la civilización. Según Orwell el lenguaje es “tosco e impreciso porque nuestros pensamientos son disparatados, pero la dejadez de nuestro lenguaje hace más fácil que pensemos disparates”. Producimos el ruido que nos aturde porque estamos aturdidos.
Pero ¿en qué consiste la dejadez del lenguaje? La respuesta es tan sencilla como evidente. La dejadez es el desaliño estilístico, el uso de imágenes trilladas, la imprecisión, la pobreza léxica, el uso de adjetivos ampulosos o meramente ornamentales, la utilización indiscriminada de frases verbales en lugar de verbos simples, el empleo de una dicción pretenciosa o grosera. Esta dejadez, que da lugar a un discurso o un texto donde lo concreto y significativo se pierde, tanto en el habla como en la prosa, es lo que provoca un latente y difuso malestar espiritual, como síntoma de la impotencia del individuo para comunicarse con el otro con fluidez. La extensión de lugares comunes, muletillas, extranjerismos sustitutorios, metáforas hueras, desorden sintáctico, torpeza prosódica, etc., empobrecen y reducen toda lengua a un estado de farfullo mecánico y funcional que entorpece la comunicación y abotarga el pensamiento.
Ya en la década de los sesenta, cuando la Guerra Fría alcanzó altos niveles de confrontación ideológica, desde los centros de poder occidentales, especialmente desde los EE.UU., comenzaron a verificarse serios intentos de manipulación de la realidad a través de los medios de comunicación de masas, que aplicaban lo que los filósofos de la Escuela de Frankfurt llamaron “razón instrumental”, según la cual el objetivo prevalece sobre los medios utilizados para llegar a él.
Como parte de esta manipulación de la realidad y como uno de los recursos de ocultación de la extrema violencia que generaba la confrontación ideológica, se impuso como fórmula “civilizada” de conducta social lo que se dio en llamar “corrección política”. A partir de este momento, el nombre de las cosas fue sustituido por eufemismos que vaciaron o suavizaron sus significaciones, especialmente en aquellos que expresaban con crudeza la brutalidad de la guerra ideológica que se libraba. De este modo, la tortura fue equiparada a abuso o exceso, a la vejez se le llamó tercera edad, a la ceguera, incapacidad visual, a las bandas parapoliciales o paramilitares, grupos de tarea, a la dictadura, proceso, al asesinato, retiro o jubilación, etc.
En un vasto contexto de falseamiento de la realidad, en la Argentina de la Dictadura, las bandas paramilitares que secuestraban, asesinaban y robaban siguiendo un plan de exterminio sistemático de opositores fueron llamadas «grupos de tareas», «secuestrar» se dijo «chupar» y «chupadero» designó al campo de concentración clandestino, a donde iban a parar las víctimas de la represión condenadas a «desaparecer», es decir al asesinato. La movilización internacional que denunció la tragedia que vivía el país fue tomada por la Dictadura y gran parte de la sociedad argentina como una grave «injerencia extranjera» en los asuntos internos nacionales, al tiempo que se proclamaba con jactancioso orgullo “somos derechos y humanos», ese escandaloso eslogan con el que “la argentinidad”  que prefiguraba el «yo, argentino», equivalente a lavarse las manos, pretender no saber nada, no tener responsabilidad ni compromiso, pretendió ocultar la trágica realidad.  Así, estas dos expresiones que consagraban la cobarde y estúpida fatuidad civil de gran parte de los argentinos eran tomadas como definiciones de la identidad  nacional. Con la restauración democrática, la lengua no escapó ni a las secuelas del horror ni al sentimiento de impunidad. Surgió así una lengua degenerada al servicio del fraude, el disimulo, la corrupción y el sensacionalismo.

En los años ochenta, cuando el mundo occidental era gobernado por un triunvirato ultraconservador -Wojtyla, Thatcher, Reagan-, se trató de imponer a través de la lengua una «corrección política» que atenuara u ocultara con un habla impostada los excesos de su política. La realidad del mundo occidental debía aparecer idílica frente a la realidad del mundo comunista, ya en franca caída. Así, el Estado de bienestar, que ahora se está desmantelando, fue concebido como una vasta operación propagandística.
Tan brutal ataque ha supuesto  una extraordinaria conmoción en el modo de ver y pensar el mundo y el lenguaje que debe expresarlo no ha salido indemne. La lengua quedó desguarnecida y muchos, en su confusión, han creído que en ella está el origen de sus males. Aunque inconsciente quizás y de forma menos sofisticada, la misma actitud conservadora estos grupos de supuesta progresía pretenden «modificar» la realidad en consonancia con sus aspiraciones forzando caprichosamente formas, sonidos y otros elementos del sistema lingüístico. En consecuencia, grupos o colectivos que se sienten  marginados de la realidad enunciada, incapaces de ver o imaginar el verdadero camino para concretar sus reivindicaciones o reclamar sus derechos a una sociedad más justa y equitativa, se han sumado a los ataques contra la lengua impulsados desde el poder dominante aumentando su fragmentación y, por tanto, la división de una sociedad, ya excluida de la vida política por el lenguaje economicista, en colectivos que hablan o pretenden hablar su propia jerga con pretensión de lenguaje. Quiero decir que si no hay inclusión en los lenguajes academicista, economicista, científico-tecnológicos tampoco la hay en el llamado lenguaje inclusivo, hijo natural de la “corrección política”. Las revoluciones no empiezan por el sustantivo ni tampoco por la mera enunciación de lo revolucionario, sino por un cambio profundo, individual y colectivo, en los modos de pensar y actuar. Recién cuando estos modos hayan madurado se producirán los cambios en el habla que, consecuentemente, asumirá la lengua en su sistema, pero no antes.

Por un lado la globalización impulsada por el capitalismo neoliberal y por otro las políticas perversas de control  y represión social generadas durante la Guerra Fría e intensificadas tras los atentados del 11-S han sembrado de minas el campo semántico del lenguaje con la inestimable colaboración de la clase política y de los medios de comunicación, acentuando la inestabilidad y la confusión en el sentido de las palabras. Desde  esta perspectiva, vocablos o conceptos como estado, nación, soberanía, familia, empleo, tortura, etc., aparecen vaciados de contenido y no dicen lo que se supone que dicen porque sus límites semánticos han sido relativizados y tornados difusos. 

Así, el  concepto de Estado, y concretamente el de Estado-nación, ya no define el marco en el que determinadas comunidades encuentran su identidad y, en consecuencia, la tradición, la historia, la cultura y los usos propios y comunes, sino un territorio subsumido por una entidad mayor que puede ser un Estado transnacional -la Unión Europea, por ejemplo, o la ONU-, o esa perversa abstracción denominada  “mercado”. Estas grandes corporaciones, institucionales o políticas, han reducido la jurisdicción política de los Estados vulnerando su soberanía en favor del poder económico transnacional, cuyas reglas no atienden a las necesidades humanas sino a la dinámica concentracionaria del capital. Por este motivo, los parlamentos nacionales ya no legislan a partir del mandato de los ciudadanos sino de las instrucciones del poder supranacional, lo que hace que la palabra “soberanía” -nacional o popular- quede vaciada de contenido.
Este desplazamiento del campo semántico de muchas palabras constituye acaso uno de los mayores dramas que vive la humanidad en el presente, porque siembra la confusión y el ruido, clausura el entendimiento, bloquea la inteligencia y dificulta la convivencia entre los seres humanos. El desconocimiento de la sintaxis, la ortografía, la pobreza del vocabulario y las dificultades para expresarse de modo coherente que se observan tanto en el habla cotidiana como en los comentarios de los lectores en los diarios o en artículos, noticias y reportajes de los medios de comunicación, escritos, radiofónicos y televisivos, y en éstos la manipulación informativa, más la popularización de las redes sociales en las que cada uno se siente con poder y conocimientos que no tiene, son síntomas que revelan una mala praxis educativa y una perversa política de alienación y narcotización de la sociedad.

Una sociedad anodina y culturalmente yerma es campo propicio para un discurso político reducido a la expresión de eslóganes de venta, al insulto y la descalificación del rival en detrimento del argumento, de la precisión, del diálogo y del contenido, entre otros recursos imprescindibles para la comunicación y el entendimiento entre las personas,  los partidos y los sindicatos, las entidades empresariales y culturales, y el electorado en general para una eficaz gestión de la res publica

El ruido, la violencia y el caos están en el origen de la corrupción de la lengua y de las dificultades del ser humano para comunicarse y fortalecer los lazos de confianza y solidaridad que sustentarían la convivencia pacífica en un mundo más justo. Las modificaciones que se producen en la superficie de la lengua son diversas y numerosas y constituyen una respuesta a las exigencias de las realidades social, tecnológica, científica, etc., y a las influencias interlingüísticas. El alcance de estos factores es el que determina que las nuevas voces se consoliden o no en el cuerpo histórico de la lengua. Se trata, pues, de un proceso de construcción cultural, que no responde a caprichos o veleidades de grupos o movimientos empeñados por su cuenta en modificar la realidad lingüística con la intención de transformar la realidad social y cultural de una comunidad.
Pero a pesar de esto, a unos y a otros la lengua responde con su propia realidad y su propio ritmo. Ella asumirá sin imperativos los cambios culturales de una sociedad cuando éstos se produzcan verdaderamente; cuando, en el seno de la comunidad de hablantes, los cambios tengan lugar  efectivamente. Tampoco hay que olvidar que la lengua evoluciona hacia la síntesis y que es implacable con las torpezas retóricas, políticas o ideológicas que se le quieren injertar alterando su morfología o su fonética.

La toma de conciencia de la injusticia social, dentro de la que cabe el concepto de discriminación, sea racial, sexual o de cualquier otra naturaleza, constituye uno de los elementos más positivos atribuibles al progreso de los sistemas democráticos de gobierno. Las lenguas no son ajenas a esa dinámica y evolucionan en consonancia al progreso de la cultura y de la ideología de los hablantes. Quienes ignoran este proceso y los fundamentos y mecanismos del sistema lingüístico cometen la torpeza de pretender guiar el habla hacia entelequias que generan una jerga impostada, desconociendo o aparentando desconocer que en castellano el género es una categoría gramatical sin connotación biológica y que esta errónea interpretación del género en castellano los lleva a considerarlo una especie de capricho normativo «no democrático».

La transformación de nuestras sociedades en sociedades más justas y equitativas no depende de instrucciones normativas bienintencionadas sino de la evolución ideológica de la sociedad, cuya habla incorpora progresivamente las nuevas condiciones de la relación entre los individuos al sustrato histórico de la lengua si tales condiciones se internalizan y consolidan en una nueva cultura. Ni la «visibilidad de la mujer» en el lenguaje ni su emancipación social se verificarán, como tampoco se reducirá la violencia machista, porque se diga «personas becarias» en lugar de «becarios», «maestros y maestras» en lugar de «maestros», el redundante “todos y todas”, etc.

Está claro que quienes impulsan el lenguaje inclusivo, no obstante sus buenas intenciones y legítimas reivindicaciones, no saben que su ataque a la lengua es funcional al poder, al sistema hegemónico que lo sustenta, y al principio conservador de la «corrección política». Una corrección vinculada al «pensamiento único» imaginado por las clases dominantes con el propósito de enajenar y hegemonizar a la masa social.

La razón instrumental de la que hablaban los filósofos de la Escuela de Frankfurt, aplicada por quienes controlan el poder a las ciencias sociales, los medios de comunicación y la publicidad,  ha permitido fraguar un discurso alienante que, en su fase actual, ha hecho del eufemismo y la torpeza léxica su principal herramienta de trastorno semántico de las palabras y, consecuentemente, de la realidad e identidad de los individuos. 
La finalidad de esta política de corrección política es borrar del imaginario del individuo toda referencia a su identidad humana y cultural y al lugar que ocupa en el mundo y en la sociedad; grabar en su mente la imposibilidad de cualquier tipo de rebelión y emancipación social o individual inyectándole el virus del clasismo, es decir, la discriminación social por clases.
Ya sea de forma hablada o escrita el lenguaje del poder utiliza expresiones que tienden a naturalizar los propósitos de la clase dominante y a estratificar la población en segmentos jerárquicos, que se aceptan como axiomas traducibles a otras formas de discriminación, como lo son el sexismo -pensemos en los distintos valores que tienen las expresiones “hombre público” y “mujer pública”- o el racismo, ejemplificado en el uso que se les da a las voces “judío”, “gitano”, “negro”, “bolita”, “paragua”, “sudaca”, “indio”, etc. etc. Es quizás más razonable empezar por aquí nuestros cambios de conducta y de limpieza de la lengua porque suponen un cambio más real de nuestras conductas cotidianas que inventando una jerga que provoca más ruido y rechazo en la comunidad  que adhesiones y cambios reales, e incluso, resulta contraproducente a los objetivos enunciados. Después de todo, no es posible construir una casa empezando por el techo ni modificar un coche ordinario en uno de carreras sin ser mecánico. De ser mecánicos sus promotores sobrían que no está comprobado científicamente que el género masculino sea el “culpable” de la discriminación de la mujer, pues hay idiomas que carecen de género, como el húngaro, el turco o el farsi o iraní, y sin embargo las comunidades que los hablan son extremadamente discriminatorias de la mujer. Es decir, no hay causa y efecto, en el caso de la lengua. El género no es la causa de la discriminación ni de la supuesta invisibilidad, que el significante lleva efectivamente al imaginario del hablante. En la palabra “coche” no se nombra “motor”, “chasis”, “ruedas”, etc. sin embargo, cuando la decimos u oímos la interpretamos como el todo. Tampoco de día vemos las estrellas, pero sabemos que están.

En este territorio de dominio ideológico y de control social, el poder también recurre al vaciamiento de los significados cuando no a la desaparición de voces y expresiones que pueden amenazar su hegemonía. En las sociedades capitalistas más desarrolladas – escribió el profesor español Vicenç Navarro- uno de los indicadores del poder alcanzado por la clase dominante es la tendencia a hacer desaparecer del lenguaje expresiones como “clase trabajadora” o “lucha de clases” y a la casi nula utilización por parte de los medios de comunicación y de los estamentos académicos de las categorías de clase social para analizar la realidad social.
Es evidente de que hay clases sociales - burguesía, pequeña burguesía y clase trabajadora- cuyos intereses son distintos, pero su reformulación en “clase alta”, “clase media” y “clase baja” crea la ficción de que la clase trabajadora ha desaparecido fagocitada por la “clase media” o se ha transformado en “clase baja”, expresión peyorativa con la que se categoriza a la ciudadanía de rentas más bajas. De este modo quedan consagradas las castas superior, media e inferior, cuyas obligaciones impositivas son inversamente proporcionales en la medida que el salario es considerado una ganancia sujeta a gravamen y no una renta del trabajo, la cual debería tener un tratamiento distinto al de los beneficios de la plusvalía que obtienen los dueños de los medios de producción. La insidiosa confusión entre clases sociales y grupos de renta que se da a través del lenguaje es uno de los muchos recursos de los que se vale la clase dominante para consagrar su poder y naturalizar la explotación de la clase trabajadora 
Del mismo modo que Yahvé confundió las lenguas y dispersó la población para asegurar su dominio so bre los hombres, las clases dominantes han segudio prolongando el mito babélico para su beneficio..Esta perversa fragmentación de las sociedades humanas, que la sabiduría popular reconoce en el "divide y vencerás", se verifica en los nacionalismos y en los supremacismos racial, religioso, académico, económico y sexual que generan metalenguajes excluyentes que, en algunos casos, en el colmo de la confusión y la ignorancia de sus promotores, son propuestos como expresiones de equidad e inclusión o simplemente como herramienta de provocación que paraliza la palabra enredándola en el barullo verbal del sistema impidiéndole expresar la realidad y comunicar la verdad. La corrupción de la lengua como furto de los ataques interesados del poder o de la ignorancia y confusión de grupos inocentemente funcionales a éste implican la parálisis del espíritu y con ella, la injusticia, el olvido, la impunidad. .

martes, 30 de octubre de 2018

¿ES INCLUSIVO EL LENGUAJE INCLUSIVO?



Hay tiempos, como estos que vivimos, en el que, por la acción de diversos agentes corruptores, el pensamiento se ve perturbado y tal perturbación impide que la gente piense con claridad y que tanto el habla como la escritura se tornen torpes e incapaces de expresar lo que realmente se quiere decir y comunicar. Una de estas torpezas es el llamado lenguaje inclusivo, el cual, según sus promotores, pretende dar visibilidad a identidades “ocultas y marginadas por el orden patriarcal”.

Si bien las razones que se esgrimen para este propósito pueden considerarse justas, la pretensión de cambiar el habla conculcando reglas gramaticales, sintácticas, fonéticas, morfológicas, etc. básicas de la lengua con la que nos comunicamos carecen de sentido en la medida que toda lengua es expresión del pensamiento de una comunidad, pero de ninguna manera expresión de la necesidad o exigencia de un individuo o grupo de individuos. La lengua no cambiará mientras no cambie el pensamiento de la comunidad que la habla.
Se dice que el llamado lenguaje inclusivo –en precisión habla, no lenguaje- es una denuncia contra una lengua que no representa a la mitad de la humanidad y que es fruto del sistema opresivo del orden patriarcal. Aceptemos esto como una realidad y que el lenguaje inclusivo es un arma que los marginados utilizan contra el opresor. Pero ¿es realmente un arma eficaz o es un arma de juguete?
Desde una posición comprensiva cabe pensar que se trata de una ingenuidad, aunque esta condición no le resta peligro en tanto responde a una doctrina altamente reaccionaria impulsada, aunque sus promotores lo ignoren, desde los sectores más conservadores del poder, que se vale del caos y de la ofuscación del pensamiento de las masas.
Decir que el lenguaje inclusivo es autoritario y totalitario es una exageración, pero no es peregrino afirmar que es reaccionario. Ya en la década de los sesenta, cuando la Guerra Fría alcanzó altos niveles de confrontación ideológica, desde los centros de poder occidentales, especialmente desde los EE.UU., comenzaron a verificarse serios intentos de manipulación de la realidad a través de los medios de comunicación de masas, que aplicaban lo que los filósofos de la Escuela de Frankfurt llamaron “razón instrumental”, según la cual el objetivo prevalece sobre los medios para llegar a él. Como parte de esta manipulación de la realidad y como uno de los recursos de ocultación de la extrema violencia que generaba la confrontación ideológica, se impuso como fórmula “civilizada” de conducta social lo que se dio en llamar “corrección política”. A partir de este momento, el nombre de las cosas fue sustituido por eufemismos que vaciaron o suavizaron sus significaciones, especialmente en aquellos que expresaban con crudeza la brutalidad de la guerra ideológica que se libraba. La realidad del mundo occidental debía aparecer idílica frente a la realidad del mundo comunista. De este modo, la tortura fue equiparada a abuso o exceso, a la vejez se le llamó tercera edad, a la ceguera, incapacidad visual, a las bandas parapoliciales o paramilitares, grupos de tarea, a la dictadura, proceso, al asesinato, retiro o jubilación, etc. al mismo tiempo que desaparecían del vocabulario términos o expresiones como imperialismo, clase trabajadora, lucha de clases y quedaban vacías de contenido palabras simbólicas como soberanía, libertad, revolución, liberación…
Tan brutal ataque supuso una extraordinaria conmoción en el modo de ver y pensar el mundo y el lenguaje, que debía expresarlo, no salió inmune. La lengua quedó desguarnecida y muchos, en su confusión, creyeron que en ella estaba el origen de sus males. En consecuencia, grupos o colectivos que se sentían marginados de la realidad enunciada, incapaces de ver o imaginar el verdadero camino para concretar sus reivindicaciones o reclamar sus derechos a una sociedad más justa y equitativa, se sumaron a los ataques contra la lengua impulsados desde el poder dominante aumentando su fragmentación y, por tanto, la división de una sociedad, ya excluida de la vida política por el lenguaje economicista, en colectivos que hablan o pretenden hablar su propia jerga con pretensión de lenguaje. Quiero decir que si no hay inclusión en los lenguajes academicistas, economicistas, científico-tecnológicos tampoco la hay en el llamado lenguaje inclusivo. ¿Qué pasaría si mañana también salen los flacos, los bajos, los gordos, los calvos…reclamando su visibilidad en la lengua?
Este lenguaje llamado inclusivo pasará como una frivolidad pequeñoburguesa, pero mientras eso ocurre se habrán perdido muchas energías inútilmente en detrimento de la clase trabajadora –hombres y mujeres- verdadera invisible de la jerigonza del poder económico y político que hegemoniza nuestra realidad.

miércoles, 19 de abril de 2017

LA [MALA] LENGUA COMO SIGNO [EQUÍVOCO] DE EQUIDAD

La lengua es un soberbio y sólido sistema de comunicación humana, que va absorbiendo progresivamente los cambios que impone la evolución social, cultural, científica y tecnológica. Sin embargo, como nunca la lengua se ha tornado vulnerable a la acción de los agentes corruptores que genera el poder político y económico para salvaguarda de su propósitos hegemónicos. Estos agentes son los que impulsan las corrientes que acaban creando incomprensión, violencia e infelicidad que afecta la salud moral de los individuos. De aquí que la principal responsabilidad social de un poeta, de un docente y de todo aquel encargado de educar y transmitir conocimiento sea cuidar del buen uso de la lengua y devolver a la palabra la autoridad de su decir.


Desde hace varias décadas, los más altos grupos de poder que gobiernan el mundo emprendieron una portentosa campaña de vaciamiento -fundamentalmente ético- de las palabras. Así, vocablos como tortura, liberación, revolución, pueblo, etc. han sufrido desplazamientos de sus campos semánticos que tienden a aminorar su impacto en la conciencia social, al mismo tiempo que otras, como dictadura, asesinato, masacre, genocidio, terrorismo, fascismo, etc. son sustituidas por eufemismos o expresiones vagas que difuminan su verdadero sentido en el imaginario de la comunidad. La intensidad con que se realizan estas manipulaciones a través de los medios de comunicación y de intelectuales comprometidos con el sistema acaba por naturalizar en el habla sus equívocos y contrasentidos. En este proceso de extraordinaria complejidad no es fácil detectar las tergiversaciones y las trampas y, por esto, es que quiero llamar la atención sobre algunas de ellas. 
Por ejemplo, durante el conflicto de los docentes iniciado en Argentina en los primeros meses del 2017, el Gobierno amenazó al sector con recurrir a voluntarios para que los suplieran en sus puestos de trabajo. La reacción de los maestros y profesores fue inmediata pero equivocada porque cayó en la trampa semántica tendida por el poder. En general hubo un rechazo generalizado de los docentes descalificando al voluntario, cuando éste en realidad es aquel dispuesto a colaborar o realizar una tarea solidaria y desinteresada en beneficio de otro u otros. Históricamente esta palabra viene munida de un reconocimiento moral que se destruye con su menoscabo por parte de los agentes sociales que se ven afectados por la acción de quien, supuestamente, la encarna. Los maestros, sin embargo, no habían advertido que se trataba de un impostor, un esquirol, un carnero o un rompehuelga que al disfrazarse con la piel del voluntario atenuaba el rechazo social al ser equiparado profesionalmente a los trabajadores en conflicto y al mismo tiempo se le daba una categoría moral de la que carecía.
Yendo más allá, los docentes al aceptar la designación que el poder otorgaba al impostor y no darle él su verdadero nombre contribuía inocentemente a la degradación de la palabra perversamente utilizada.
En la misma trampa caen también grupos feministas o progresistas cuando, con el pretexto de alcanzar la equidad sexual, hacen un mal uso funcional del género gramatical del castellano al confundir éste con el sexo. El género en la lengua española es una categoría gramatical sin vínculo biológico. Así tenemos que hombre es una palabra de género masculino que designa genéricamente a la especie humana, incluyendo en ésta tanto a la hembra como al varón, lo mismo que persona, voz de género femenino, que refiere tanto al varón como a la mujer. La desvinculación biológica del género la podemos observar, por ejemplo en espada, género femenino, o semáforo, género masculino, sin que ninguno de estos dos sustantivos tengan correspondencias sexuales.
Este equivocado posicionamiento en el habla y en la escritura lleva a una peligrosa aberración lingüística cuando estos grupos, con absoluta frivolidad y desconocimiento de las estructuras de la lengua, llegan a sustituir letras de determinadas palabras por "x", creyendo establecer la homosexualidad o la transexualidad como un tercer sexo - cuando en realidad es una tendencia o una opción sexual de los individuos- o, peor aún, cuando se emplea la arroba ( @.) Éste signo se registra ya en el siglo XV, según el testimonio más antiguo comprobado en lengua castellana para designar la arroba, una medida de peso equivalente a la cuarta parte de un quintal (11,502 kg). En la tradición anglosajona al parecer se utilizó @ como "at", derivado del latín "ad", que significa "junto a", pero el uso que se hace hoy es una torpe pretensión de igualitarismo sexual según la cual la @ es una forzada y simplista equivalencia visual de las letras "o" masculina envolviendo a la femenina "a", cuyo frívolo uso  atenta contra las leyes establecidas de la gramática, dificulta la comunicación y favorece las políticas corruptoras del sistema. 

sábado, 2 de abril de 2016

SOLDADOS DE LAS MALVINAS ¿HÉROES O VÍCTIMAS?

La Guerra de las Malvinas, librada por el Ejército argentino contra el Reino Unido en 1982 por la soberanía del archipiélago austral, constituye un capítulo controvertido de la reciente historia argentina.




Al iniciarse la década de los ochenta, la sangrienta dictadura militar argentina ya daba síntomas de decadencia y de imposibilidad de seguir manteniéndose en el poder debido al fracaso de su política económica, el aislamiento internacional y una creciente presión social. En este contexto, aumentaron las tensiones entre las distintas facciones militares, fruto de las cuales llegó al poder el general Leopoldo Galtieri, quien abrió una línea populista invitando al pueblo a multitudinarios asados, como el que tuvo lugar en Vitorica y al que acudieron unas trece mil personas. 
Como esta política no logró reducir la agitación social, la dictadura reactivó los planes bélicos, como el que en 1979 había dado lugar a un conflicto con Chile que la mediación de Juan Pablo II logró abortar. Sin embargo, las FF.AA. comprendieron que una guerra con Chile podía incendiar todo el continente y dar entrada a Brasil, siempre atento a sus intereses hegemónicos. Ante esta posibilidad, cobró vigencia el plan de invadir las islas Malvinas, que originalmente contemplaba la invasión, la reclamación de la soberanía sobre el archipiélago ante la ONU y la retirada de las tropas.

Las islas Malvinas, ocupadas por Gran Bretaña en 1833, son desde entonces una constante reivindicación con un profundo arraigo en el sentimiento nacional de los argentinos. "De aquí -como escribo en Breve historia de Argentina, claves de una impotencia.,Sílex, Madrid, 2006- que ante la presión social que experimentaba el régimen y ante la posibilidad de que se le cerrasen los conductos para una salida institucional, el general Leopoldo Galtieri recurriera a la invasión y que al hacerlo lograra el entusiasta y masivo apoyo de quienes, tres días antes había reprimido violentamente. Había bastado que el belicismo de los sectores más reaccionarios de las FF.AA. tocara el nacionalismo chovinista de la sociedad argentina, para que se manifestara en ella ese sarpullido esquizofrénico que convirtió a los verdugos en héroes de la noche a la mañana [...] La exaltada propaganda del régimen y la histeria patriótica dominaron la escena y acabaron arrastrando a los militares aun callejón sin salida". 

La aventura, que costó la vida a casi setecientos soldados argentinos y, muy probablemente, la pérdida definitiva del archipiélago, puso de manifiesto un ejército mal equipado y peor entrenado, cuya última participación bélica había sido en la guerra de la Triple Alianza, entre 1863 y 1870, y que las FF.AA. "carecían de esa profesionalidad que se les suponía para aquello por lo que existen y que constituye su cometido último, el ejercicio de la lucha armada con un ejército adversario en defensa del territorio nacional". 

Pero "en el marco del Estado terrorista y amparados por la impunidad, los militares argentinos ni siquiera fueron capaces de demostrar su condición de guerreros, no sólo porque eran más machistas que viriles, sino porque carecían de la noción de valor como fundamento del mundo y la vida". Por este motivo, resulta moralmente repugnante que a esos miles de jóvenes víctimas de su estúpido mesianismo se los disfrace de héroes simplemente porque los mandaron al matadero con uniforme militar a diferencia de aquellos que apresaron, torturaron, asesinaron e hicieron desaparecer u obligaron al exilio.

lunes, 26 de octubre de 2015

COLAPSO Y DERRUMBE DEL CAPITALISMO

La actual crisis -económica, política y cultural- mundial es el principal síntoma del agotamiento de una equívoca idea de la libertad sobre la que se construyó, desarrolló y proyectó la civilización capitalista occidental.

Lo que se ha dado en llamar "crisis económica mundial" no es  otra cosa que la aceleración del proceso de desintegración del capitalismo y con él el derrumbe de la civilización que se construyó sobre dicho sistema y sobre una equívoca noción de la libertad.
Así como la naturaleza mítica del pensamiento y las limitaciones de la ciencia y de los mecanismos productivos, y el agotamiento de los sistemas políticos medievales determinaron el fin del feudalismo, en el siglo XVIII, la Revolución Industrial y la Revolución francesa no sólo certificaron dicho fin liquidando el sistema artesanal de producción y el antiguo régimen, sino que impusieron las líneas político-morales del nuevo orden que regiría el mundo sobre la base doctrinaria liberal y un vertiginoso avance científico tecnológico.
Sobre las ruinas del sistema feudal se edificó el sistema capitalista que liberó a los siervos de la gleba del dominio del señor feudal convirtiéndolos en proletarios sujetos a través del salario a la soberanía del propietario de los medios de producción.  Estos profundos cambios en la mecánica productiva generaron grandes cupos de excedentes y activaron un comercio que pronto saturó los mercados nacionales e impulsaron una expansión que consagró el régimen colonial y provocó las tensiones en gran escala entre los Estados coloniales.
El hombre, que desde el humanismo renacentista había tomado conciencia de  su capacidad para dominar y modificar el mundo, reivindicó la libertad como motor del progreso de los pueblos y las naciones sin atender que la libertad individual sólo puede ser alcanzada y protegida en comunidad, tal como proclama la tradición republicana. No fue entonces la libertad otorgada por leyes libres dictadas por hombres libres en el marco de una comunidad libre, que vela por el bien común, sino aquella de tradición liberal sostenida en la idea de que la libertad es un derecho natural frente al cual nada puede oponerse.  Es decir, una libertad que consagra la ley del más fuerte y cuyo correlato se verifica en las nociones de "libertad de comercio" y "libre competencia" que legitiman la conversión de las sociedades en masas consumidoras y los territorios nacionales en mercados a conquistar por las grandes corporaciones que, en no pocos casos, sustituyen a los ejércitos.
Paralelamente, el romanticismo aportó la mística de esa libertad equívoca al resucitar al yo autista de los antiguos héroes en un mundo que tendía a la masificación. La emancipación de EE.UU. dio estatuto constitucional al Estado capitalista abanderado de la libertad y del individualismo liberal/romántico.
A lo largo de su historia, la falacia del capitalismo dio lugar a grandes y violentos espasmos, llamados "crisis cíclicas", algunas de las cuales desembocaron en terribles confrontaciones, como las dos guerras mundiales, y tensiones ideológicas que pusieron al mundo al borde de un conflicto nuclear. 
La desaparición de la URSS, en 1991, que algunos vieron como la gran victoria de capitalismo y con ella el nacimiento de una nueva era de paz y bienestar, en realidad puso de manifiesto la naturaleza falaz y depredadora del sistema y el carácter insolidario del individuo de una gleba sierva de los señores del capital. Sólo que esta vez, no habrá nadie que se salve como pueda. 
La brecha abierta entre materia y espíritu ha permitido la acelerada deshumanización de la ciencia, los excesos acumulativos y especulativos del capital y la perversión de las democracias parlamentarias, todo lo cual ha provocado no sin violencia el colapso y la ruina del capitalismo. Lo que estamos asistiendo es al fin de la civilización que se edificó sobre la ley del más fuerte y una falaz idea de libertad. Que esto suceda no significa, sin embargo, el fin del mundo, sino el dramático desmoronamiento de un sistema y el preludio de otro en el que, es de desear, el ser humano recupere su centralidad humana. El hombre del siglo XXI está obligado a repensar su historia y su conducta, liberarse del cepo que lo esclaviza y, como el homínido que se alzó sobre sus extremidades,  alzar la vista más allá del horizonte si quiere sobrevivir.

martes, 30 de junio de 2015

EN LA GRECIA DE TSIPRAS COMO EN EL CONGO DE LUMUMBA

Patrice Lumumba (1925-1961)

La actual crisis sistémica del capitalismo mundial se analiza habitualmente a partir de coordenadas económicas, como si éstas se hubiesen desarrollado mecánicamente al margen de las conductas y acciones humanas. Se olvida que en el origen de toda quiebra económica a gran escala subyacen las conductas individuales al margen de la ética de quienes controlan el poder.
Alexis Tsipras (1974)
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el mundo quedó dividido en dos grandes bloques ideológicos, cuyos centros de poder, al tiempo que trazaban sus propios mapas políticos interiores y en las zonas de influencia iniciaban una nueva y sorda lucha por la hegemonía planetaria que se dio en llamar Guerra fría y que se tradujo, entre otros hechos significativos, en el estado de bienestar occidental, en la carrera espacial y en guerras locales limitadas no sólo por el control ideológico-político de determinados países sino también y, sobre todo, por el aprovechamiento de las riquezas naturales de los mismos por parte de las empresas multinacionales capitalistas.
Mientras la América Latina se convertía en el "patio trasero" de EE.UU., Corea y el Sudeste asiático eran objeto de encarnizadas guerras de dominación entre el Occidente capitalista y el Oriente comunista, África era un territorio donde los cimientos del colonialismo europeo hacían prever -equivocadamente- un proceso emancipador más o menos controlado por el espíritu civilizador de los colonizadores. Sin embargo, no sucedió así.
En toda África, en este continente cuyo mapa político había surgido del arbitrio mercantilista de los colonizadores, surgieron líderes que reivindicaron sus naciones y la dignidad de sus pueblos a la hora de emanciparse y de construir cada uno de ellos sus futuros sin tutelajes foráneos. Tan insoportable rebeldía provocó la indignación de los colonizadores quienes se sintieron insultados por la ingratitud de los colonizados de rudos modales ante la posibilidad de perder sus privilegios blancos y dejar sus riquezas en manos negras. Riquezas -petróleo, minerales, caucho- y manos que habían sido claves para que Occidente ganara la Segunda Guerra Mundial.
El congoleño Patrice Lumumba fue uno de quienes se atrevió a denunciar las verdaderas condiciones de vida creadas por el colonialismo belga y esta denuncia no sólo no fue atendida sino que fue considerada brutal, propia de un hombre, como lo eran todos los líderes africanos, sin el refinamiento de los europeos. Y esto no sólo mereció su asesinato, ordenado por los servicios secretos occidentales, sino su humillación pública, con la complicidad de la prensa internacional, y el descuartizamiento e incineración de su cuerpo, tal como lo cuentan sus ejecutores, para dar ejemplo y escarmiento ante cualquier conato de rebelión.

El refinamiento occidental ha progresado  mucho desde entonces y ahora, ya sin el freno que representaba el desaparecido bloque soviético, su objetivo ya no se limita al dominio territorial y a la apropiación de las riquezas productivas de un país a través de guerras civiles, golpes de Estado, asesinatos políticos, sino al sometimiento democrático de la sociedad humana y la reducción de sus habitantes a la condición de siervos de la gleba.
La ficción de una Unión Europea como marco protector de un modo y un estado de vida superior mitificado por la civilización occidental y cristiana ha quedado desenmascarada una vez más con el tratamiento dado a Grecia. Los acreedores, no los gobiernos miembros de la UE, que se comportan como títeres del poder económico, protestan porque no se puede negociar con Alexis Tsipras, "por su grandilocuencia", del mismo modo que los hipócritas gobernantes occidentales se escandalizaban con los modos poco refinados de los líderes africanos. No gusta a esta gente que un líder político hable a su pueblo y hable en serio de dignidad y soberanía. Tanta es su furia -como esa furia mal digerida y de pandereta que en estos días muestra la derecha española- que ahora me pregunto ¿serán capaces los señores que controlan la economía mundial de matar a Alexis Tsipras, lo asesinarán como asesinaron a Patrice Lumumba o qué muerte le buscarán?


LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

El confinamiento obligado por la pandemia que azota al mundo obliga más que nunca a apelar a la responsabilidad. Los medios de comunicación...